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Nuestra estrategia fue cambiar primero la mentalidad y luego la infraestructura
Intervista a Antanas Mockus, ex-Alcalde de Bogotà
by Marco Negrón
Marco NEGRON: Invitado por CONINDUSTRIA para participar como conferencista en su Congreso Internacional de este año, el pasado 29 de junio de 2004, gracias a la Fundación para la Cultura Urbana, tuvimos ocasión de sostener una larga entrevista con el Dr. Antanas Mockus, de la cual ofrecemos ahora un breve extracto. Ex - Rector de la Universidad Nacional de Colombia y en dos ocasiones (1995-1998 y 2001-2004) alcalde de la ciudad de Bogotá, con los alcaldes Jaime Castro y Enrique Peñalosa ha sido artífice de una transformación casi milagrosa de esa metrópoli de siete millones de habitantes, hoy reconocida, pese a los graves problemas que sigue enfrentando Colombia, como una de las mejores ciudades del continente y de las que han conocido una más rápida recuperación; de ello puede dar fe todo aquel que, habiéndola visitado a principios de los noventa, haya vuelto a ella en estos últimos años. Para los caraqueños esa evolución es particularmente llamativa porque en el mismo período nuestra ciudad ha recorrido el camino inverso. Una conversación sobre nuestras ciudades con el doctor Mockus tiene entonces la virtud de permitirnos recoger no sólo la especulación teórica de un intelectual, que también lo es, sino además la de uno de los artífices de un proceso de cambio real. Para comenzar sería quizá interesante que el doctor Mockus nos ilustrara acerca de cómo se fue gestando ese cambio desde la administración del alcalde Castro entre 1992 y 1995.
Antanas MOCKUS: Dos años después de la reforma constitucional colombiana de 1991, Bogotá cambió su marco jurídico de modo que el nuevo Estatuto Orgánico le permitió una modificación del modo de liquidar el impuesto predial, con lo que la ciudad pasó inmediatamente de recaudar cerca de 200 millones de dólares en 1990 a 420 ó 430; el año pasado recaudamos 750 millones de dólares. Adicionalmente la reforma separó las funciones del Ejecutivo y las del Legislativo local, con lo que se rompieron décadas de clientelismo y de injerencia política en decisiones que son de naturaleza técnica. Además, durante su gestión el alcalde Castro contó con un muy buen secretario de Hacienda, muy fuerte en el tema tributario; eso se notó en las finanzas de la ciudad, que desde entonces no volvió a tener déficit: mejoramos nuestros ingresos y hoy tenemos la situación más sólida entre las grandes ciudades colombianas. Sin embargo, yo diría que el “milagro” ha consistido sobre todo en la corresponsabilidad asumida por las administraciones sucesivas y en la continuidad de gestión que ello significa.
MN: Justamente, uno de los misterios de la experiencia bogotana tiene que ver con esa continuidad de gestión entre los diferentes alcaldes.
AM: Durante mi primera campaña para la Alcaldía respondí afirmativamente a la pregunta de un periodista acerca de si, en el caso de ganar las elecciones, mantendría unos impuestos creados por quien entonces era el alcalde. Esa respuesta escandalizó a los integrantes de mi propio equipo, que pensaron que estaba loco si creía que iba a ganar las elecciones apoyando impuestos; pues de igual manera procedí la segunda vez que fui candidato e igual gané, y es que para mi hay un principio elemental: si tú construyes sobre lo que el otro ya empezó, la construcción, naturalmente, avanza mucho. Mi consigna en esta materia es: “adelántate tú mismo a ser continuista para que la labor de varios gobernantes edifique ciudad”.
MN: Hubo actuaciones de su primera gestión que, vistas desde afuera, podían incluso parecer ingenuas, como aquellos aspectos de su campaña de educación ciudadana relacionadas con los mimos que cómicamente ponían en evidencia a los infractores, o con los automovilistas que, con las “tarjetas ciudadanas”, reprendían o felicitaban por su comportamiento a los demás conductores y a los peatones. Pero también llama la atención el que en una sociedad donde la violencia ha estado tan presente este tema, contrariamente a lo que ocurre entre nosotros, haya sido manejado por ustedes con tanta discreción.
AM: Creo que el tema de la educación ciudadana es importantísimo, sobre todo en una sociedad en la que, habiendo estado dominada por la violencia durante los últimos quince o veinte años, la reacción refleja es la de responder a la violencia con represión y con cárcel; probablemente lo que nos enseña la filosofía es que la cárcel es necesaria, entre otras cosas como antídoto contra la pena de muerte. La justicia es el mejor antídoto contra la venganza, el deseo primario de hacerle daño al que hizo daño, pero es muy importante acompañar la justicia y la represión con autorregulación moral, personal. Nosotros definimos la cultura ciudadana como regulación cultural de los comportamientos de los ciudadanos, y aunque se enfatizó a veces el autocontrol, se trató sobre todo de la mutua ayuda para ser consecuentes. Para lograrlo las metas que establecimos fueron: aumentar el cumplimiento voluntario de las normas, aumentar la capacidad de la gente de influirse amablemente, de corregirse amablemente para cumplir con las normas, aumentar la capacidad de resolver conflictos por acuerdos y, por último, aumentar la capacidad de expresarse y comunicarse; la violencia es, en parte, fracaso de la comunicación: crear una buena comunicación ayuda a reducir la violencia. Pero también se insistió en sembrar la idea de la importancia que tiene el orden en la ciudad y de que no todo es inversión; y, segundo, que el orden es corresponsabilidad tuya y mía, que si ambos nos ayudamos, si tú me corriges amablemente, a tiempo, y yo te corrijo amablemente, a tiempo, la ciudad evoluciona en la buena dirección. En materia teórica utilizamos mucho al neoinstitucionalista Douglas North, que básicamente ha mostrado que en sociedades donde la ley y la cultura están alineadas, se hacen más fáciles los acuerdos y su cumplimiento; cuando la ley va por un lado y la cultura por otro, se vuelve dificilísimo celebrar acuerdos y la sociedad progresa mucho más despacio. Hoy Bogotá está más bella, pero nuestra estrategia fue la de cambiar primero la mentalidad y luego la infraestructura.
MN: Otro de los evidentes logros de la experiencia bogotana ha sido la recuperación del espacio público, no sólo despejando las calles de vendedores ambulantes, sino también impidiendo que los automóviles sigan usando las aceras, particularmente los retiros de frente, como estacionamientos y devolviendo esos espacios al peatón.
AM: Desde la campaña electoral del 94, en la que competía con Peñalosa, caractericé al espacio público como espacio sagrado; él recogió la idea y empezamos a usarla ambos, entendiendo que la calidad de vida de todos depende mucho del respeto a las instalaciones comunes, a la infraestructura común de transporte público, a las aceras, etc. Se puede entender el espacio público como la prolongación y la secularización del espacio de la iglesia, donde a nadie se le ocurriría instalar tenderetes o asaltar. Y hay que recordar cómo Jesús echó a los mercaderes del templo. En Bogotá además había la bendita maña de llevar los autos de compras, como se llevaban los caballos en otra época, amarrándolos frente al comercio. Eso puede ser simpático, pero, entre otras cosas, carros subiendo o bajando de las aceras y gente comprando o vendiendo en el espacio que es de todos contrarían la universalidad de la ley: no hay que dejar invadir el espacio público por parte de nadie, ni por el vendedor, ni por el comprador, ni por el que parquea; además, hay un tema obvio de funcionalidad de la ciudad.
MN: Entre nosotros, sin embargo, se ha impuesto el argumento clientelar: ni se puede impedir que los carros usen los retiros de frente como estacionamiento ni que los vendedores ambulantes ocupen abusivamente aceras y calles porque se pierden votos.
AM: Yo le recuerdo a mis colegas alcaldes que uno no se vuelve alcalde el día en que gana la elección, sino el día en que levanta la mano y jura cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes. Entonces no es facultativo, no es que uno va a cumplir la ley hasta donde le dé la gana, no, tiene que hacerla cumplir, tiene que luchar denodadamente por hacerla cumplir y si nos parece inadecuada la única alternativa es solicitar su reforma; también los que se oponen a uno tienen el derecho de tratar de reformar la Constitución o la ley, o ir ante la Corte Constitucional a buscar otra interpretación, eso es democracia, pero ablandar las normas en su aplicación es la peor manera de ser demócrata.
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